miércoles, 12 de agosto de 2009

tormenta de verano

El lunes, 10, por la tarde se desató una buena tormenta, de esas que suceden en verano, sin previo aviso; de esas que crean afición; de esas que nos recuerdan cuando eramos chiquillos y nos pillaba en la calle jugando..., abríamos los brazos, girábamos la cara al cielo, con los ojos cerrados, y la sonrisa en los labios, o la boca abierta, para sentir y saborear aquel milagro portentoso. Que gozada de momentos aquellos, empapados en pleno verano.

El olor a tierra mojada fue el primer indicio, el sol se ocultó de repente y casi anocheció, llegaron las primeras gotas, enormes, generosas, después una tanda de granizo, y lluvia abundante al fin que escanció a todo el pueblo. Fuerte del Rey se lavó la cara y se le difuminaron las telarañas. En resumen 17 litros/m2 en media hora.

Cuando la tormenta pasó de largo, salí a dar un paseo, con la nikon en "stand by", había barro en los caminos, y en los primeros pasos conseguí sendas zarpas en las zapatillas.


La luz era tan especial, tan limpia, que no podía dejar escapar la oportunidad de tirar fotos como poseída por el valor de esas condiciones tan óptimas. El olivar, con sus luces y con sus sombras, se mostraba hermoso.


El pueblo aparecía tildado con un trozo de arco iris, desde el Cerro del Águila, donde decidí subir en busca de mejores panorámicas.


Y ese atardecer entre olivos, con una carretera serpenteando por los cerros, que pareciera dirigirse hacia el sitio donde descansa el sol.

Una tormenta de verano de recuerdos dulces y sabor a tierra mojada.

lunes, 10 de agosto de 2009

una tarde en el Cubillas

Su ilusión era vivir frente a un lago, abrir las ventanas de casa y tener esa lámina de agua plácida, allí, delante suya. Observar los atardeceres de tonos pastel reflejados sobre el azul del agua y los verdes de los pinares. Muchas veces se decía, mientras conducía presurosa su descapotable por la autovía, a su paso por el entorno del Cubillas:
"He de parar aquí, este sitio parece tan auténtico..., he de buscar una casita en este lago"

El otoño se estaba acercando, los granados (Punica granatun) empezaban a mostrar unos frutos consistentes de precioso color. El Pantano del Cubillas podría calificarse de pequeño ecosistema y enclave migratorio para algunas aves. Sus aguas permiten la práctica de la vela, el windsurf, el piragüismo y el esquí náutico. Desde este paraje se divisa en la lejanía una de las mejores perspectivas de Sierra Nevada.


Su tiempo, siempre escaso, las prisas y el trabajo le impedían parar y mirar tranquilamente. Ella, se lo había prometido, y esas pequeñas promesas resultaban ser muy importantes.



Una tarde de verano llegó la oportunidad, ansiada y no satisfecha, de saldar esa deuda pendiente. Fueron testigos del pago del tributo, Patry, Alex y Ciri (su guachi); yo me limité a levantar acta de lo acontecido y a publicar este post. Esos momentos eran tan mágicos, tan liberadores, que desde la Sierra Elvira hasta las cumbres de Sierra Nevada, llegaba el susurro de la voz de Myrian, diciendo: "! MI LAGO AL FIN ¡"

domingo, 2 de agosto de 2009

a la sombra de la parra...

Dejamos la playa y volvimos al pueblo. Al pueblo de mis padres, al pueblo donde nací. Como sangre de la Cañada y de Cadenas (haciéndole un guiño a Loli, esa amiga asturiana creadora del blog "Sangre de la Casía y del Barredal"), los cortijos donde se criaron mis padres, laboriosidad y osadía, circulaban en mi persona.

Estos días de calor, hacía vida en el patio de la casa, pasando muchas horas bajo la parra. Leía, Zafón resultó ser un grato descubrimiento este verano y tomaba café con soja helado, otro básico imprescindible.


Hace algo más de dos décadas, que Aurelia, mi madre, puso la parra en el corral. La finca donde se ubica la casa, tiene algo de desnivel, quedando el corral, mucho más bajo que el patio principal, el patinillo y la leñera. Inicialmente era un sarmiento de apenas metro y medio. Aurelia dijo: "He de comerme las uvas allí", señalando la zona del patinillo; la joven parra recién plantada debía trepar, remontar y superar unos tres metros de altura, antes de formar el "emparrado" y sostener su cosecha de racimos de uva moscatel.

Pasaron los años, y pacientemente la fue dirigiendo hacia su objetivo... podando, preparando los soportes, cubriendo con redecillas sus racimos iniciales... alguna bronca tuvimos a costa de la parra..., desde hace algún tiempo ya recoge los racimos de uvas donde ella se propuso. Para mi es admirable su tesón, el de mi madre y el de la parra, tiene don y mano para las macetas, todo aquello que planta le arraiga y crece.



La sombra de la parra de mi madre es generosa, las pámpanas y las ramas jóvenes cubren todo el patinillo y la leñera, y se ha convertido en mi sitio favorito en esta casa, este verano caluroso. Cuando no estoy bajo la parra leyendo estoy bajo el limonero dándome una ducha fría para refrescar la piel y las ideas.

Verde, sombra y agua. Con estos tres elementos el verano en la campiña jiennense es, no sólo más soportable, sino también placentero.