El domingo 22, día de la competición de Orientación en la Sierra de Segura, amaneció lluvioso. Con un mapa detallado y una brújula había que encontrar una serie de puntos en el terreno, señalizados por una baliza. La toma decisiones para avanzar y la habilidad para navegar por el terreno es la esencia de la Orientación. Conforme nos íbamos acercando a Siles, el agua se confirmaba como compañera de la jornada. Al llegar al Puntal de la Ajedrea (1.507 m), el bosque de pinos salgareños se mostraba semioculto por la neblina, que se pegaba al suelo, y la fina agua que seguía mojándolo todo.
Los inmensos bosques segureños de pino salgareño o laricio (Pinus nigra) impresionan por el porte recto de sus grandes troncos. En el sotobosque de estos pinares de alta montaña, que es menos denso, encontramos encinas o carrascas, que a esta altitud presentan porte achaparrado. En los lugares donde el pinar aclara, son muy frecuentes el espino albar o majoleto, los rosales silvestres o escaramujos y las madreselvas.
Eramos un grupo bastante numeroso y diverso, cercano al centenar. Un poco de organización, inscripción por categorías, y comenzaron las salidas escalonadas. Mapas y tarjetas-control aguantaron la humedad. Alex, mi sobrino de 16 años, me acompañó en todo momento y disfrutamos buscando las balizas de los puntos control. No hicimos muy buen tiempo, 47 minutos, pero disfrutamos a lo grande participando. Entre baliza y baliza saqué la cámara e intenté captar alguna toma.
La orientación en España es relativamente joven, allá por los 70 un profesor de esgrima del INEF, Martin Harald Kronlund decidió incluir la ORIENTACIÓN como contenidos a impartir a sus alumnos, buscando un modo recreativo de trabajar la preparación física.
Bajando del Puntal hacia Siles, el día abrió un poco, las nubes se fueron disipando, dejando pasar rayos de sol, que buscábamos para entrar en calor. Y aprovechando las nuevas condiciones de luz, pusimos rumbo a Puente Honda, esa olvidada aldea que tanto me gusta, donde todos los árboles y arbustos caducifolios ceden generosos sus hojas a la tierra. Es el devenir de todo lo vivo, el ciclo de la naturaleza. Y amarilleaban los fresnos junto a las fuentes y los álamos a las orillas del río Morles, cubriendo el camino y acolchando los pasos del caminante.
Un valle desconocido y delicioso en otoño. Fotografiar en conjunto la aldea de Puente Honda, deshabitada y abandonada, desde la pista forestal, era una manera perfecta de finalizar nuestra jornada en la Sierra de Segura. Esta se presentaba espléndida con sus casas aún encaladas y erguidas, resistiendo el paso del tiempo, rodeada de su olivar y pinar, de contundentes verdes serranos y de espectaculares amarillos y ocres de los álamos a la vera de su río, el Morles.